Una isla donde el silbido es un lenguaje

En 2009, el lenguaje de la isla La Gomera, de las Islas Canarias, conocido oficialmente como silbo gomero, fue incluido por la UNESCO en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

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En las Islas Canarias sobrevive un lenguaje silbado: durante siglos, miles de personas allí se han comunicado con chiflidos a través del terreno escarpado.

Hoy, que hay otras formas de llamar a un vecino o de conversar a la distancia con los amigos, las escuelas enseñan el silbo gomero para que esta tradición sobreviva.

En 2009, el lenguaje de la isla, conocido oficialmente como silbo gomero, fue incluido por la UNESCO en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad; la agencia de las Naciones Unidas lo describió como “el único lenguaje silbado del mundo plenamente desarrollado y practicado por una comunidad numerosa”, en referencia a los 22.000 habitantes de La Gomera.

“La única regla es encontrar cualquier dedo que haga más fácil silbar y algunas veces, desafortunadamente, nada funciona”, dijo Francisco Correa, coordinador del proyecto de enseñanza de silbo en La Gomera. “Hay incluso algunas personas de mayor edad que desde niños entienden perfectamente el silbo, pero nunca lograron que de la boca les saliera un sonido claro”.

Dos silbadores pueden tener dificultades para entenderse, sobre todo en sus primeros encuentros —y tener que pedirse que repitan las frases— como si fueran extraños que hablan el mismo idioma con acentos diferentes. Pero “luego de silbar juntos un rato, su comunicación se vuelve tan sencilla como si hablaran español”, dijo Correa.

Algunas otras islas del archipiélago tienen sus propios lenguajes silbados, su uso se ha desvanecido, aunque otra isla, El Hierro, ha comenzado recientemente a enseñar su versión. “El silbo no se inventó en La Gomera, pero es la isla en donde mejor se ha conservado”, dijo David Díaz Reyes, etnomusicólogo.

Hoy en día, La Gomera depende en gran medida del turismo, lo que ha creado una oportunidad para algunos jóvenes silbadores como Lucía Darias Herrera, de 16 años, que tiene un espectáculo semanal de silbo en un hotel de la isla. Aunque normalmente silba en castellano, Darias también puede adaptar su silbo a otros idiomas hablados por su público, en una isla que es especialmente popular entre los alemanes.

Cortesía The New York Times.

Sin embargo, desde la pasada primavera, el coronavirus no solo ha cancelado estos espectáculos, sino que también ha obligado a las escuelas a limitar la enseñanza de los silbidos. En una época de mascarillas obligatorias, un profesor no puede ayudar a un alumno a recolocar un dedo dentro de la boca para silbar mejor.

Una dificultad añadida para los alumnos es que no siempre tienen muchas oportunidades de practicar el silbo fuera de la escuela. En la clase de niños de seis años, solo cinco de los 17 levantaron la mano cuando se les preguntó si podían silbar en casa.

“Mi hermano de hecho silba muy fuerte, pero no me enseña porque está o en su PlayStation o fuera con sus amigos”, se quejó una de las pequeñas, Laura Mesa Mendoza.

Aun así, algunos adolescentes disfrutan saludándose con silbidos cuando se encuentran en la ciudad y agradecen la posibilidad de charlar sin que muchos de los adultos que les rodean les entiendan. Algunos tienen padres que fueron a la escuela antes de que el aprendizaje del silbo fuera obligatorio, o que se instalaron en la isla ya de adultos.

Por mucho que esté apegada a su celular, Erin Gerhards, de 15 años, se muestra entusiasmada por mejorar su silbo y ayudar a salvaguardar las tradiciones de su isla.

“Es un modo de honrar a la gente que vivía aquí en el pasado”, dijo. “Y de recordar de dónde salió todo, que no empezamos con la tecnología sino de inicios sencillos”.

Cortesía The New York Times.