Por Oscar López | The New York Times
CIUDAD DE MÉXICO — Desde el teleférico, la ciudad es un mar de concreto que se extiende hasta el horizonte, interrumpido solo por algunos rascacielos y restos de volcanes antiguos. Unos 18 metros más abajo está el municipio de Iztapalapa, un laberinto de calles y callejones sinuosos, cuyas casas de bloques de cemento pueblan las colinas con un color gris insípido.
Sin embargo, en una azotea puede verse un repentino estallido de color: una mariposa monarca gigante aparece posada sobre una flor violeta. Más adelante en la ruta del teleférico más nuevo de la Ciudad de México, un tucán y una guacamaya carmesí miran a los pasajeros. Luego, en una pared de color amarillo canario, hay una joven con un vestido rojo, con los ojos cerrados en una expresión de absoluta felicidad.
La línea de 10,6 kilómetros, inaugurada en agosto, es el teleférico público más largo del mundo, según el gobierno de la ciudad. Además de reducir a la mitad el tiempo de viaje de muchos trabajadores del distrito más poblado de la capital, el teleférico tiene una atracción adicional: exuberantes murales pintados por un ejército de artistas locales que solo se pueden ver desde arriba.
“Hay varias pinturas y murales en todo el recorrido”, dijo César Enrique Sánchez del Valle, un profesor de música, que estaba tomando el teleférico hacia su casa un martes por la tarde. “Es agradable, es algo que no se espera”.
140 artistas coloreando el pueblo y 7 mil obras de arte
Estos murales son el último paso en un proyecto de embellecimiento del gobierno de Iztapalapa, que ha contratado a unos 140 artistas en los últimos tres años para cubrir el vecindario con casi 7,000 piezas de arte público, creando explosiones de color en una de las zonas con más crímenes de Ciudad de México.
“La población quiere rescatar su historia”, dijo la alcaldesa del municipio, Clara Brugada Molina. “Se convierte Iztapalapa en una gran galería”.
La violencia de género es lo que impulsó el proyecto de iluminación y murales: la idea es crear caminos donde las mujeres pudieran sentirse seguras al caminar hacia sus casas.
Ubicada en las afueras de Ciudad de México, Iztapalapa es el hogar de 1,8 millones de residentes, y algunos forman parte de los sectores más pobres de la ciudad. Muchos trabajan en vecindarios más ricos, y antes de la llegada del teleférico, eso significaba que tenían que realizar largos desplazamientos que duraban horas.
La iniciativa artística de la alcaldesa forma parte de un plan más amplio que busca lograr que Iztapalapa sea más segura, esta estrategia incluye la instalación de farolas que iluminan las vías principales que solían estar sumidas en la oscuridad.
Los murales representan íconos nacionales como las deidades aztecas, el líder revolucionario Emiliano Zapata y Frida Kahlo, con una pizca de turquesa en los ojos.
Pero también hay guiños a héroes más locales.
Pero, a pesar de los esfuerzos del gobierno, la mayoría de las personas de Iztapalapa viven con miedo: según una encuesta que el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática publicó en junio, casi ocho de cada diez residentes dijeron que se sentían inseguros, una de las tasas más altas de cualquier ciudad del país.
Las mujeres, en particular, se enfrentan a una violencia generalizada en Iztapalapa, que se encuentra entre los 25 municipios con más feminicidios del país. De 2012 a 2017, las cámaras de seguridad de la ciudad registraron más casos de agresión sexual contra mujeres en Iztapalapa que en cualquier otro municipio de Ciudad de México, según un informe de la Universidad Nacional Autónoma de México de 2019.
Según la alcaldesa, esa violencia de género es lo que impulsó el proyecto de iluminación y murales: la idea es crear caminos donde las mujeres pudieran sentirse seguras al caminar hacia sus casas. Muchos de los murales celebran a las mujeres, ya sean residentes, figuras famosas de la historia y símbolos feministas.